Las leyendas del demonio: Reunión



¡¡Muy buenas tortuguitas curiosas!! Nuevamente os traemos un nuevo relato cedido por nuestro socio Jorge. En esta ocasión y aún versando del mismo universo, nos presenta a un nuevo personaje llamado Ienzo.
¿Queréis conocerlo? ¿Saberlo todo sobre él? ¡¡Adelante, la puerta está abierta, pasad...y disfrutar!!


LAS LEYENDAS DEL DEMONIO: REUNIÓN


"La vida nunca fue fácil para alguien como yo, siempre rechazado por todos, odiado por todos…

Demasiados años de sufrimiento…

Todo por una maldición…

Investigué todo lo posible zafándome de la Inquisición, descubrí que a lo largo de la historia los demonios llegaron a nuestro mundo, destruyeron y, por desgracia, se reprodujeron, hasta ellos llegaron, les expulsaron de nuestro mundo, matándoles a ellos y a sus vástagos, excepto a mí… Ni siquiera yo sabía que era el bastardo de un asqueroso demonio, mis estigmas aparecieron a temprana edad, solo mis padres adoptivos me aceptaban tal como era.

Estaba claro que yo no estaba hecho para poder vivir así, pero nunca me rendí.


A veces me pregunto el por qué de todo, pero no encuentro respuesta, paso los días huyendo, hace gracia pero la Inquisición me puso un precio, no se si simplemente querrán matarme o investigarme, me da igual.


Cada vez que paso por una ciudad me embozo para ocultar lo que soy y quién soy, es algo bastante difícil, ya que ocultar una cola y dos cuernos no es una tarea sencilla, debo ser discreto y no realizar movimientos bruscos para que el manto que uso para cubrirme no destape la cola, ni el sombrero salga volando descubriendo los cuernos, soy fácil de identificar ya que mi pelo es blanco y mis ojos rojos, mi temperamento es alto pero, en caso de pelea, puedo ser demasiado peligroso, porto dos armas, una espada que para mi es ligera como una pluma, pero para otros pesada como la obsidiana, y una pistola de llave de chispa, visto casi como un inquisidor, pero bueno, no puedo quejarme por ello.


Dunkelheit  es una gran ciudad, llena de peligros y curiosidades, muchas personas entran y salen a estas horas, supongo que campesinos, otra cosa no tienen pinta de ser, entrar en la ciudad es fácil, permanecer en ella no tanto, me ajusté el manto y el sombrero, y entré, deslizándome con movimientos elegantes entre la gente, aquellos movimientos destacaban, pero nadie se fijó en mí, cada uno con sus problemas. Recorrí calles hasta encontrarme en la plaza principal allí establecí el primer punto de control, la plaza estaba muy adornada, festejos, la mejor forma de pasar desapercibido.
Niños corrían en todas direcciones, jugaban, cantaban canciones populares, un pequeño sentimiento de tristeza se apoderó de mí, nunca pude hacer tales cosas…

Eché un vistazo entre la gente y vislumbré una chica, podría tener unos veinte años aproximadamente, entró por una de las calles en la que en la esquina había tres personas desarrapadas que automáticamente al verla entrar, la siguieron. Gran ciudad, grandes problemas. Les seguí en la distancia, por suerte nadie se fijó en mí, ni siquiera ellos, iban demasiado concentrados en lo que quisieran hacerle a la chica, eché una mano al pomo de mi espada, y espié desde una esquina sus intenciones al ver que ella entró en un callejón, claro estaba lo que harían, esperé un par de segundos mientras le hablaban, hasta que al fin la escuche gritar el reclamo de la dama en apuros:

-¡Soltadme! ¡Que alguien me ayude! -Acto seguido saqué la pistola, mejor sería que no entrase en una pelea cuerpo a cuerpo, por ello mejor un arma a distancia aunque para nada sirva. Dos de ellos se giraron con simples dagas para amenazarme, patético. Sus caras, sucias, sus dientes, escasos, desarrapados y desgarbados, no logro entender como a esta gente se les puede denominar humanos y como pueden seguir con vida. Me era casi imposible enterarme de lo que decían, ya que no solo hablaban mal, sino que en los huecos donde algún día hubo dientes, el aire se escapaba generando un ruido odioso para más de uno.

Ella seguía retorciéndose en las manos del harapiento acosador mientras él trataba de rajarle la ropa, me miraba pidiéndome ayuda, sin poder pronunciar palabra alguna entre sus gritos e insultos. Levantar mi arma, apuntar y disparar a la primera cabeza fue fácil, cuando alguien desperdicia su vida yo simplemente le doy fin. Ante mi acto, el otro se abalanzó sin pensárselo sobre mí, solo tuve tiempo para guardar mi arma, suficiente. Le agarré el brazo y se lo retorcí, le arrebaté la daga y se la clavé en la nuca mientras el intentaba pedirme piedad. El tercero me miró de reojo, con miedo de perder su mísera vida, me sorprendió que fuese lo suficiente rápido como para usar a la chica de escudo colocándole la daga en el cuello, escoria…
No solo él me mira con miedo, me fije en los ojos de ella, se reflejaba el temor, no solo por su vida, sino por algo que vio, me miró fijamente tras ver los inertes cuerpos en el suelo, tumbados sobre charcos de sangre. Me inspeccioné a mi mismo, sin darme cuenta el manto estaba apartado a un lado, descubriendo lo que ocultaba, solté más de una maldición, asustando más al acosador, volví a colocarme el manto y avancé lentamente hacia ellos, simplemente unas palabras y la daga estaba en el suelo, “no la matarás, matar a una chica inocente es mancillar la mente del asesino, sin embargo mi honor y mi mente fueron mancillados hace ya tiempo, por ello morirás antes de que llegue a ti. -gracias a este discursillo y a que el vio algo que nadie debía ver empujó a la chica a mis brazos para impedir que yo avanzase y echó a correr. Ella lloraba. La solté echando una mano al pomo de mi espada.

-¡No, por favor! ¡No me mates! No diré nada de lo que vi. -sus palabras resonaron en mi mente, no fue la primera persona que me dijo aquellas palabras, todos aquellos que deje con vida me traicionaron, pero esta chica era diferente sus ojos no solo estaban llenos de temor, sino que ocultaban la sinceridad de sus palabras, necesitaba confirmar mi duda.

-No eres la primera que me dice eso, ¿por qué debería creerte? -mis palabras me extrañaron a mí mismo.
Dejó de llorar, me miró incluso con curiosidad, maté a dos de ellos sin esfuerzo y sin piedad, ¿por qué no hice lo mismo con ella?

Me di la vuelta dispuesto a irme, pero sus palabras me pararon:

- ¿Qué eres? ¿Quién eres? -la miré de reojo.

- No deberías saberlo, lo importante es que estés bien, mi trabajo ha terminado. -Mis palabras le hicieron sentir aún más curiosidad.

- Mi nombre es Elisabeth, trabajo en la Rosa Salvaje, es una taberna, ahí, en la plaza.

Taberna… en realidad buscaba un sitio donde guarecerme… aunque creo que sería mejor ir a otro lugar, aunque una cara amiga me ayudaría.

- Puede que me pase más tarde, tengo asuntos que tratar. -Tras ello, sonrió, ¿acaso al salvarla se hizo una ilusión conmigo? Me resulta gracioso pensar en eso. Di media vuelta  y comencé a caminar.

Por la plaza podré encontrar lo que busco, eché un vistazo a mi alrededor, debía ser ya mediodía, todas las tiendas estaban cerradas, la cara de Elisabeth volvió a mi mente acompañada del nombre de la taberna, “no debería ir, esto ya me ocurrió otra vez”, mis pensamientos no me frenaron, vislumbré la taberna, hacía buen día, por lo tanto había mesas frente a la taberna a modo de terraza, disponía de varios pisos, lo primero que pensé fue si yo tendría suficiente dinero para pagar, miré mi bolsa, solo me quedaban un par de doblones de oro y unos diez marcos de plata.

Entré esquivando la clientela con el cuidado de no desvelar lo que era, me senté en el final de la barra, haciéndole un gesto al mesonero.

- Necesito una habitación durante dos días, con comida y bebida. -Puede que mi tono fuese un poco borde, pero él me miro con buena cara y respondió.

- Está bien, serán dos piezas de oro por todo, acomódate en la veinticinco, si quieres comer arriba en un momento te subirán la comida. -Me extendió una mano con la llave y la recogí, asintiendo con la cabeza.

Escaleras arriba, el pasillo estaba bien adornado, no había un gran número de gente en el pasillo, pero de vez en cuando veías a alguien.

La habitación era, en lo que cabía de esperar, amplia, cuadros colgaban de cada pared, una buena cama y buenas vistas, se notaba que era una buena taberna. Minutos después, alguien llamó a la puerta, abrí, una chica traía mi comida, me miro con curiosidad porque aún llevaba el sombrero y el manto encima, dejó la comida en una mesa y se fue educadamente, sin preguntar cosas que no le incumbían, una vez solo, me deshice de estos dos elementos, ya no aguantaba el calor. Una vez libre, empecé a mirar tras todos los cuadros en busca de algún sitio por el que alguien pudiese fisgonear, nada. Me senté y empecé a comer.
Las horas pasaban, yo sin salir de la habitación, leía, investigaba, y de vez en cuando, miraba furtivamente por la ventana buscando algo que ni yo sabía que era.
Entonces, la volví a ver, cuando la noche cayó, otra vez se repitió el ciclo, subieron la comida, consumí todo y salí furtivamente de mi habitación, escurriéndome entre las mesas. Camino solitario hacia el barrio de los gremios, en busca de una pequeña tienda en la que, en la parte superior, vive una persona que quizá pueda ayudarme, un viejo contacto que creí desaparecido, poco tiempo lleva en la ciudad.

Al llegar al edificio, observo la cristalera de la tienda, aún en la oscuridad se pueden ver algunos objetos, al ser un anticuario, puede que me interese algo de lo que tenga. Me aproximo a la puerta de la vivienda y llamo insistentemente hasta que me abre un hombre, una cara conocida, su grisáceo pelo y sus ojos esmeraldas, le delatan. Me inspecciona con cautela antes de decir palabra, tras un corto periodo de tiempo, una sonrisa burlesca se dibuja en su cara y deja caer unas suaves palabras sarcásticas mientras me hace un ademán con la mano para que entrase:

- Creí que estabas muerto, Ienzo."

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